En Barrio San Diego, la Arquitectura y el Jardín de La Diana

A finales del año pasado abrió en la Comuna de Santiago, el Restaurant La Diana, como parte de la activación del Centro Cultural que se ubica junto a los tradicionales juegos electrónicos de la calle San Diego. Desde Arturo Prat, junto a la Iglesia de Los Sacramentinos, se puede cruzar la plaza interior que entrega el espacio suficiente para contemplar la obra de Ricardo Larraín desde la terraza del nuevo restaurant.

Una iglesia que es monumento nacional, una plaza (que ojalá deje de tener rejas), unos juegos electrónicos que son un clásico de la infancia y un centro cultural en gestación, hacen un cóctel urbano estimulante del cuál La Diana es ahora parte.

Me senté a conversar con Cristóbal Muhr, uno de los creadora de La Diana –y antes La Jardín- y el arquitecto Diego Vergara, para conocer de primera fuente, una propuesta que traspasa los límites del mero emprendimiento gastronómico para entregar además una experiencia estética y espacial.

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1. La Jardín, el origen de La Diana

Esta conversación tiene lugar a finales del mes de febrero, en uno de los altillos del recientemente inaugurado Restaurant La Diana. Coincidentemente, por esta misma fecha, hace ya dos años se cerraba su predecesor, el concurrido Restaurant La Jardín, ubicado a un costado del desaparecido galpón de MilM2 ubicado en Bilbao 511.

La Jardín nació como una posibilidad de generar un espacio permanente del trabajo que el actor Cristóbal Muhr venía desarrollando en conjunto con el artista inglés Tony Hornecker en diferentes países del mundo. El proyecto “The Pale Blue Door”, consistía en un restaurant itinerante que se construía con materiales recolectados en cada una de las ciudades a las que llegaban. Durante 1 a 3 semana, el restaurant funcionada ofreciendo un menú de cena fijo y un espectáculo.

La Jardín (junio 2012 - febrero 2014). Image Cortesía de La Diana

De regreso en Chile, junto a su socio, el periodista Rodrigo Arellano, surgió la idea de poder instalar algo similar en Santiago, donde la gente pudiera ir a comer. No es que a Muhr le interesara el rubro gastronómico. Como buen actor, lo que él busca es la generación de experiencias y se había dado cuenta de que asociado al acto de comer, las personas permanecían el tiempo necesario para lograr su objetivo.

Desde Factoría Italia surge la posibilidad en 2012 de instalar el proyecto en un espacio abandonado que ya había sido ocupado antes por un restaurant. Las condiciones eran bastante favorables; ya existían los recintos necesarios para el funcionamiento de un restaurant y además, el local ya contaba con patente para funcionar bajo ese rubro.

La Jardín (junio 2012 - febrero 2014). Image Cortesía de La Diana

Andrés Rodríguez, quien ya conocía el negocio  de los restaurantes, se unió al equipo y entre los tres habilitaron el lugar a partir de la recolección de elementos que fueron encontrando en ferias, demoliciones, calles y hasta vertederos. En tres semanas ya tenían el mobiliario y utensilios que necesitaban para recibir a sus primeros comensales.

Lo que en un inicio pudo haber surgido en respuesta a una necesidad económica, pasó rápidamente a ser una opción estética. Detrás de las sillas viejas o de los diferentes tipos de vajilla que se distribuían sobre mesas con patas de distintos materiales, se escondía un valor simbólico que con el tiempo se fue convirtiendo en deseo.

La Jardín (junio 2012 - febrero 2014). Image Cortesía de La Diana

La Jardín abrió sus puertas, con el compromiso de desalojar el lugar cuando se iniciaran las obras del futuro proyecto para Factoría Italia. El espacio comenzó a tomar vida y rápidamente se convirtió en uno de los restaurantes más taquilleros de la capital. Un año y 8 meses después, cuando en su exterior habían surgido lomas verdes con plantas, una fuente y una serie de habitáculos que incluían hasta un cine, a La Jardín le llegó el momento de cerrar sus puertas.

Para su desmontaje se organizó un verdadero ejército que se encargó de desarmar, seleccionar e itemizar cada uno de los elementos que se habían acumulado en esos meses de vida. Muebles, lámparas, servicios, palos y plantas fueron guardados, en la espera de encontrar un nuevo espacio que pudiera recibir nuevamente el despliegue de esta puesta en escena.

2. La Arquitectura de La Diana

Cortesía de Diego Vergara

Con la reactivación de los Juegos Diana como Centro Cultural, surgió en el 2014 la posibilidad de incorporar al programa un lugar para comer, ocupando el espacio de una antigua bodega. El espacio tenía potencial, como también el sector de Santiago donde se ubicaba.

Si bien ya existía una estructura base desde la cuál poder operar, a diferencia de su primera versión, había servicios nuevos que implementar y varios trámites pendientes para lograr la habilitación del edificio como restaurante. Esta vez no bastaba sólo con el entusiasmo y conocimiento práctico de Cristóbal, sino que se requería de una visión más técnica que podía entregar un arquitecto.

Cristóbal: Fue muy interesante trabajar con un arquitecto. Yo no había trabajado con uno antes… pero por otro lado mi papá es arquitecto, y he vivido rodeado de ellos, lo que me permitía tener ciertos criterios. Pero solucionar las cosas técnicas en el papel yo no lo podía hacer y Diego, dibujando los planos, podía detectar problemas que yo no veía.

Cortesía de Diego Vergara
© MABO PHOTO

Diego Vergara, arquitecto de la Universidad de Chile, se incorporó al equipo para dar un apoyo técnico a todo el proceso de habilitación, que incluyó desde el dibujo de los planos hasta las tramitaciones de permisos, pasando por la implementación de sistemas eléctricos, alcantarillado, fosas... Si Cristóbal tenía una serie de ideas respecto a cómo debía ser la experiencia en cada uno de los espacios de La Diana, Diego se aseguraba de que cada una de ellas estuviese correctamente ejecutada.

Diego:

Ahí viene la pega del arquitecto como complemento a todo este caudal de ideas, objetos, espacios, intenciones. De alguna manera el rol de la arquitectura acá, fue el de canalizar toda esta energía para poder cumplir con el objetivo.

Se decidió comenzar entendiendo los espacios más funcionales, aprovechando un núcleo estructural pre-existente compuesto por 9 módulos de 6x6 metros. En uno de los extremos del volumen se instaló el bar y en el extremo opuesto, la cocina, sobre la cuál se montaron bodegas y oficinas. Con los espacios funcionales resueltos, ya se podía dar inicio al diseño de un layout de las ideas que Cristóbal tenía en mente, como la construcción de altillos, una torre invernadero, circulaciones de escaleras, puentes colgantes y la apropiación del espacio vertical de 6 metros de altura.

Planta Primer Nivel. Image Cortesía de Diego Vergara
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Al desafío que suponía el proyecto, se añade el hecho de ser un inmueble de conservación histórica, lo que significó que cada permiso solicitado debía ser aprobado no sólo por el municipio, sino además por el Consejo de Monumentos Nacionales.

Con estas condicionantes, Cristóbal y Diego se embarcan en un proceso de diseño que se fue dibujando en un diálogo constante. En este, el arquitecto ajustaba estratégicamente cada línea proyectada con el fin de mantener en equilibrio la normativa a cumplir y el ímpetu creativo del actor.

El resultado, una obra que a primera vista se ve suelta e intuitiva. Uno no imaginaría que detrás de esta soltura hubo la mano de un arquitecto. Resulta divertido además, pensar que la mesa que ocupamos hoy, en un balcón a unos 3 metros de altura que conecta a través de una escalera de caracol con el primer piso, fue diseñada estratégicamente para poder contar con la aprobación de un prevencionista de riesgos.

Cortesía de Diego Vergara
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Diego: Es bonito el juego de este edificio de llevar al límite la normativa. Teníamos altillos de 1.90 mts. de altura pero la habitabilidad mínima era otra, entonces teníamos que replantearnos su diseño. Yo estoy de acuerdo con lo que planteas tú de que este es un edificio que parece no tener arquitecto... Aquí el arquitecto tenía el rol de ser el que pone los límites al ímpetu, pero por otro lado, le daba tiraje a algo que te sorprendía en todo momento.

Ya con el proyecto aprobado, se pudo dar inicio a la construcción de la obra, que contó con el apoyo de Co-Energía una cooperativa de trabajo interdisciplinario que cuenta con arquitectos, ingenieros, abogados, soldadores, maestros carpinteros, etc. Le presentaron a Cristóbal un modelo de trabajo que le interesó y que incluía la posibilidad de quedarse con los saldos de materiales que no se ocuparan en la obra. El trabajo de la obra gruesa duró 4 meses, después de los cuáles venía el capítulo que el actor esperaba con ansias; dotar de sentido cada uno de los espacios, completándolos con la incorporación de diferentes materiales, texturas y objetos.

Diego: 

Yo tenía esto diseñado en mis archivos con líneas y planos, sin materialidades o texturas, y cada vez que venía acá a revisar los avances de la obra, me sorprendía con que Cristóbal había encontrado un pedazo de reja que había puesto en algún lugar… Cristóbal se puso a hacer de cada rincón un micromundo. Había algunas cosas de la obra gruesa que a mí me gustaba como se veían, pero Cristóbal me decía, ‘no, ahí me imagino un mini teatro’, entonces le ponía un riel, unas cortinas y unos monos.

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Otra decisión divertida fue la conservación de los muros pintados con dinosaurios, herencia del “Mundo Prehistórico” de los Juegos Diana

Cristobal:

Claro, hay una bodega en la copería que tú la abres y aparecen unos monos detrás. Yo le pregunté a Diego si debía ir pintado blanco por normativa y como me dijo que no, lo dejamos… Tú subes a la oficina y hay un tigre dientes de sable que te mira... 

Tal como en sus experiencias anteriores, Cristóbal no traía un concepto previo de cómo o con qué solucionaría terminaciones como algunos revestimientos o incluso las barandas de las escaleras. De esta manera, parte de su rutina diaria era la de ir recolectando elementos que le parecieran de interés para luego ver, de vuelta en el lugar, qué objetos funcionaban con otros y a qué espacios se debía llevar nueva vida.

La escalera de muletas. Image © MABO PHOTO
Barandas de muletas. Image © MABO PHOTO

Cristóbal: No era como que yo me imaginara poner una escalera con balaustres de madera en alguna parte, sino que más bien, iba a las demoliciones, encontraba los balaustres y pensaba, “para qué me podrán servir?”. Me llevaba unos cuantos y luego de vuelta en la obra iba viendo en qué parte podían ir. Fui acumulando materiales en los rincones y cuando entendía para qué me servía cada cosa, la instalaba. 

Diego: 

Uno de tus mejores proveedores fueron los traperos de Emaús. De hecho, de ahí salieron las muletas que arman la escalera en la entrada…

Cristóbal: Ah sí! Eso a mí me da risa... La gente se asombra y dice “Oh! Esa escalera, qué genial la idea!” pero la escalera surgió como una cosa súper natural… Esa escalera no tenía barandas todavía y las muletas yo las tenía guardadas debajo. Llevaban como dos meses ahí, hasta que un día una amiga las sacó para verlas y dejó una apoyada en esa escalera. Ella misma me dijo, “Podrían ir armando una baranda porque las muletas son para apoyarse…!”

Diego: Y ahí Cristóbal me llamaba para preguntarme: Oye, una baranda de muletas cumple con la norma?

Cortesía de Diego Vergara
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3. El jardín de La Diana

El amor de Cristóbal por los objetos es superado únicamente por la pasión que siente por las plantas. De hecho, la forma en la que decide el lugar en que debe ir cada objeto, es pensando un poco como si de plantas se tratara. Las plantas deben estar ubicadas dónde mejor se dan de acuerdo a su ambiente o si no, se mueren.

Cristóbal: Cuando no tengo nada que hacer me paseo y ordeno, agrupo cosas que se parecen, armo montones, veo cómo la gente circula y qué le molesta. Ya cuando veo que hay una mesa que por tercera vez quedó en otra posición, entiendo que tiene que ir en otra parte. Esa circulación y esa observación es una experiencia. Lo mismo pasa con los espacios, o que haya mesas más exitosas que otras. El otro día un amigo nos decía, “oye súper bonito el restaurant pero me tocó una mesa súper encerrada y quedamos como sentados en el suelo”. Justo había otra persona al lado que saltó en su defensa: “La mesa de los cojines! Esa mesa es espectacular, el otro día estuve con mis hijos y nos encantó. Vamos a reservar esa mesa siempre que vengamos”. Experiencias distintas.

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Desde nuestra mesa se pueden observar una serie de cables, poleas, cuerdas y mangueras que parecen estar ubicadas estratégicamente para esquivar la presencia de maceteros y lámparas que cuelgan en diferentes alturas. 

Esta seguidilla de objetos colgantes dotan de cierto espesor al vacío vertical de 6 metros de altura. Sin esta telaraña, el espacio se percibiría completamente distinto y la sensación de vértigo quizás no nos permitiría sentir tan cómodos sentados en nuestro pequeño altillo.

Mediante un sistema de piolas de acero y poleas, Cristóbal logró acceder a ese espacio aéreo para poder ir rellenándolo con nuevos objetos que traerían vida y luz, y que facilitarían procesos prácticos, como la revisión de plantas en los maceteros y el cambio de ampolletas.

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Plantas y lámparas cuelgan del cielo. Image © MABO PHOTO

Diego: Haciendo el proyecto eléctrico, Cristóbal me pedía muchos enchufes arriba, en algunos sectores estratégicos . Era como armar el andamio de lo que después él iba a expresar. Los cables y los enchufes pasaron a ser parte de la estética del lugar.

Cristóbal: Hay dos sistemas eléctricos, uno fijo de red de fuerza y uno de iluminación. Las luces son puras lámparas enchufadas, por eso tanto cablerío… Mis amigos iluminadores me molestan. Me dicen que la esencia de la iluminación es que la fuente de la luz no se vea y yo, al revés, quiero que se vea la fuente y no me importa si ilumina!

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Sistema de riego a través de mangueras. Image © MABO PHOTO

La red de cables que alimenta con electricidad cada una de las lámparas, se intersecta con un sistema de mangueras que riega por goteo cada una de las plantas. La mantención de estas, al estar ubicadas en maceteros y a diferentes alturas, se hace mucho más difícil que si se tratara de un jardín de superficie.

Cristóbal implementó tres sistemas de riego que nacen del interior de la torre de ventanas. Esta torre es una especie de invernadero que abraza una escalera de caracol desde la cuál, sólo personal autorizado, puede llegar hasta los lugares más altos de La Diana. Aquí también se encuentra el corazón que mantiene con vida el jardín colgante y que desde una llave roja, una verde y una amarilla, bombea agua en diferentes intensidades, dependiendo de la cantidad que cada planta necesita.

Cristóbal: 

Las plantas las conozco todas. Ponte tú, estas de arriba, el papayo y los cactus, se conectan al sistema rojo, pero por ejemplo allá hay una columnea conectada al sistema amarillo porque necesita un poco más de agua. Después, el agua que sobra drena por los tubos blancos y puede caer en otra planta o termina cayendo todo en una pileta que también está en el invernadero. Yo tengo un cuaderno donde anoto cuánto riego les estoy dando para ver si crecen bien. Ese plátano ponte tú, está teniendo problemas porque le pusimos un ventilador al lado…

Entrevista realizada en Febrero de 2016 en Santiago de Chile por Pola Mora, Directora de Contenidos de ArchDaily en Español.

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Sobre este autor/a
Cita: Pola Mora. "En Barrio San Diego, la Arquitectura y el Jardín de La Diana" 19 abr 2016. ArchDaily Perú. Accedido el . <https://www.archdaily.pe/pe/785731/la-arquitectura-y-el-jardin-de-la-diana> ISSN 0719-8914

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