A través de la Empresa de Desarrollo Urbano (EDU) y la Sociedad Colombiana de Arquitectos (SCA), Medellín lanzó en noviembre pasado una convocatoria internacional para diseñar un espacio de memoria y reflexión sobre el periodo entre 1983 y 1994 en el demolido Edificio Mónaco, lugar que fue la vivienda del narcotraficante Pablo Escobar.
En esta ocasión les presentamos la propuesta de Taller Síntesis, quienes plantean una nueva forma de contar la historia a partir del espacio e invite a reflexionar sobre el pasado y homenajee las vidas de las víctimas del narcotráfico. Según los autores de la propuesta, "con el tiempo esta edificación se ha convertido en un destino turístico para los visitantes que llegan a Medellín deseando conocer la historia del protagonista de programas que no reflejan fielmente la realidad de esta época de narcotráfico".
Memoria oficial: Medellín ha estado constantemente en la búsqueda de lo nuevo, del futuro, y para ello históricamente ha renegado de su pasado, escondiéndolo y en muchos casos, destruyéndolo. Por esto es difícil encontrar las huellas de lo que ha definido la ciudad y sus modos de vivir; constantemente demolemos casas, teatros, fabricas, chimeneas, prácticamente nada queda de la ciudad colonial y poco de la ciudad de los primeros años de la independencia, al punto de no contar con un centro histórico,las huellas de la ciudad industrial cada día caen demolidas para reemplazarlas por lo nuevo.
Este deseo por la novedad, distorsiona el pasado de la ciudad y sus habitantes, ocultando las raíces que deberían permitir entender los procesos de esta urbe y darle en parte solución a sus problemáticas. Dentro de esta misma lógica, de ocultamiento del pasado, se opera acerca de la durísima violencia producto en gran parte del narcotráfico, que asoló la ciudad durante las décadas de los ochenta, noventa y dos mil, y cuyos coletazos aún se sufren.
Son notorios los esfuerzos de la urbe para construir una nueva narrativa que la aleje de la etiqueta de “la ciudad más violenta del mundo” que en algún momento ostentó, sin embargo esto también ha implicado convertir prácticamente en tabú las historias del pasado reciente, e incluso del presente de la ciudad; tapando inconscientemente a las víctimas que son gran parte de los habitantes de Medellín, ya que de alguna manera hemos tenido bien sea un familiar, amigo o conocido relacionado con el narcotráfico o alguna de sus secuelas o consecuencias.
Ocultar esta historia, significa ignorar la suerte de más de ciento treinta mil personas afectadas, que entre 1980 y 2014 fueron víctimas directas del conflicto en la ciudad (seis de cada cien habitantes de Medellín), según el informe del Centro Nacional de Memoria Histórica, Medellín: memorias de una guerra urbana. Esconder los motivos que llevaron a que la ciudad viviera sus horas más oscuras, y las razones por las cuales aún hoy las actividades relacionadas con el narcotráfico perviven en la ciudad. Ocultar esta historia significa eliminar el contenido de los lugares donde se dieron los hechos, borrar las voces de las víctimas, su resistencia y capacidad, no sólo de sobrevivir, si no de transformar su realidad.
Creemos que no se deben borrar las huellas de esa historia, por dolorosa que esta sea, por el contrario, debemos desnudar sus símbolos y así lograr alejarlos de la visión morbosa y turística, visibilizando a las víctimas y sus historias, mostrando los daños causados por el conflicto, centrando la atención en conocer la verdad, facilitando su estudio, comprensión y asimilación, un proceso en que la historia sea una herramienta para mejorar el futuro.
Se parte de la premisa de que es necesario conservar el edificio por su contenido histórico, pero que este debe ser intervenido, eliminando lo superfluo, las fachadas, lo que aislaba a la ciudad de la edificación y ocultaba la realidad de lo que sucedía en el interior. Al conservar únicamente la estructura del edificio este adquiere una transparencia que permite que la ciudad fluya a través de él manteniendo a su vez la huella del hito histórico.
Esto también permite que el parque-memorial adquiera tridimensionalidad, y que pase de ser un pequeño parque de escala barrial a un mirador que establece relaciones con toda la ciudad y con los hechos derivados de la violencia del narcotráfico marcaron innumerables puntos de Medellín. Se propone además un programa complementario en lo que anteriormente era el sótano del edificio, un centro documental que permita la investigación histórica y articule pasado y presente.
- Las luces cuentan, en medio de la historia de toda una ciudad, las narraciones individuales de los miles de afectados por la violencia.
- Los guayacanes rosados representan los ciclos, el pasar de las cosas, el sobre revivir y la esperanza de un mejor futuro.
- Una estructura liviana, casi inestable, que enmarca la mirada y permite reconocer algunos de los hechos vinculados a las horas más oscuras de la ciudad.
- Vegetación de gran porte, especies que por sus características velan la presencia del edificio hacia el exterior del parque, una presencia que todos saben que está ahí pero no quieren reconocer.
- Mirar hacia arriba, a lo infinito y lo abierto.
- Conservar la vegetación existente es conservar también la presencia de otro tiempo.
- Vincular expresiones de reparación de las víctimas, tales como actos culturales, obras plásticas, escultura, etc.
- La estructura se libera, en un proceso en el que se generan escombros que se reutilizan por medio de gaviones en muros, bancas, etc. Un ciclo en que el parque se construye de la memoria.
Convocatoria: Concurso público internacional de anteproyecto arquitectónico para el diseño de un espacio de memoria y reflexión, Medellín 1983 – 1994
Arquitectos: Taller Síntesis Arquitectura
Coordinadores: Farhid Maya, David Cuartas
Equipo de diseño: Mauricio Carvajal, Anderson Serna, Alejandra Montoya, Federico Fois, Linda Durango, Manuela Lopera
Área proyectada: 6.651 m2
Año del concurso: 2018